La importancia de la Alianza Terapéutica, por Mayte Vázquez.
"Ser empático es
ver el mundo a través de los ojos del otro y no ver nuestro mundo reflejado en
sus ojos". Carl Rogers.
La alianza terapéutica es para muchos psicólogos, como Carl Rogers, el desarrollo de la empatía al tratar a nuestros pacientes, para otros psicólogos va más allá al establecerse un vínculo, una conexión que permite poder explorar sin miedo, llegando a la confianza mutua y poder construir unos pilares básicos en esa relación que comienza con el fin de ser duradera, sincera y eficaz, por ello las características que prevalecen en la alianza terapéutica son la de interacción mutua y sincera para realizar un mayor ”insight”.
Sin duda la psicoterapia no se puede establecer, al margen de la alianza terapéutica, y este artículo viene a ponerlo de manifiesto desvelando investigaciones y evaluaciones donde la misma se ha hecho patente convirtiéndose en la gran protagonista.
Evolución del concepto de alianza terapéutica a través de la historia.
La conceptualización de alianza terapéutica ha ido evolucionando a lo largo del siglo XX. En sus inicios, desarrollada por S. Freud en su obra “Dinámicas de transferencia” (1912) describe la importancia y beneficios de la misma en la interpretación y explicación del terapeuta hacia las conductas de su paciente. De hecho para los psicoanalistas la alianza terapéutica se asimila a transferencia y compromiso.
Dentro de este marco psicodinámico, Hartley en 1985, definió la alianza terapéutica como una relación compuesta por la “relación real” (vínculo) y “alianza de trabajo” (capacidad de ambos para trabajar conjuntamente).
Este marco tan reduccionista, cargado de neutralidad, dio paso a un concepto más amplio, donde el terapeuta es más espontáneo, empático y congruente, hablamos de la corriente humanista. Psicólogos como Carl Rogers, ya mencionado en la introducción, nos mostraba una relación donde la intervención del terapeuta centrada en el cliente era un elemento esencial y no solo modifica conductas aprendidas.
El
modelo cognitivo, significó una revitalización del término, ofreciendo
investigaciones al respecto donde se
demostraba que el 15% de la mejoría de los pacientes se debía a las técnicas
empleadas y un 30% mejoraba gracias a la relación terapéutica. Estos resultados
guiaron otras investigaciones que ahondaron sobre el papel de la transferencia
y aunque la diversidad de matices fue preponderante en una única
conceptualización, fueron Bordin y Luborsky en 1976, los que definieron la
alianza terapéutica como el encaje y colaboración entre el cliente y terapeuta
con tres elementos clave que lo identifican: acuerdo en las tareas, vínculo
positivo y acuerdo con los objetivos. Hay que tener en cuenta que aunque una
alianza terapéutica positiva no sea curativa es un ingrediente que la hace
posible y Luborsky acrecienta además esa sensación que experimenta el paciente
en ese trabajo conjunto hacia el proceso de cambio, haciendo esa relación más
dinámica en las diferentes fases de la terapia. Actualmente se considera la
alianza terapéutica como una construcción conjunta entre ambos, bidireccional y
relevante.
Investigaciones sobre la alianza terapéutica.
La dificultad estriba en cómo medir o que factores son objeto de evaluar respecto a la alianza terapéutica que se desarrolla entre paciente y terapeuta. La escala Penn surge del marco psicodinámico, influido por el trabajo de Luborsky., desde una visión más ecléctica surge la VVPS y el WAI y el EAPI recogen aspectos de la concepción psicodinámica mezclados con los trabajos de Bordin sobre la alianza terapéutica. Éstos instrumentos han sentado el precedente de versiones futuras, pero todas con dos elementos comunes y nucleares: la colaboración y el acogimiento.
Los estudios dedicados a buscar la relación entre la alianza terapéutica y la eficacia de la psicoterapia han sido objeto de crecientes publicaciones, donde todas ellas coinciden en destacar la significación de la relación entre la alianza terapéutica como buen predictor en el resultado final. Durante los años 80 fue cuando el campo de la terapia familiar comienza a emerger con fuerza, así como las relaciones de pareja y aunque en dichas terapias se establecen alianzas múltiples, al incorporarse dos o más miembros, los datos resultan muy interesantes sobre todo cuando es la mujer la que alcanzaba una puntuación más elevada en la alianza terapéutica que el hombre, siendo el resultado mejor (Quinn, Dotson y Jordan, 1997).
En relación con la finalidad de la terapia, se ha encontrado que las resueltas unilateralmente por el paciente, estaban relacionadas con puntuaciones bajas en alianza terapéutica. Así mismo en relación con la duración de las mismas, se ha hallado que la relación entre alianza y el cambio aumentaba con la duración de la terapia (Horvarth y Seymonds, 1991). Tras estudiarse la significación de la alianza en el resultado final, otros autores han profundizado en el conocimiento de los motivos y tipos de ruptura de la alianza (p.e., Jilton, 1999) y en cómo trabajar en terapia para resolverlas (Arnkoff, 1995; Safran y Muran, 2000b; Watson y Greenberg, 1995), guiados por la conceptualización de Bordin (1976; 1994), considerando que algunos problemas de la alianza están relacionados con las tareas o los objetivos y por lo tanto las estrategias para trabajar sobre la alianza están dirigidas a reflexionar sobre las interacciones entre ambos; ante el reto de conseguir una buena alianza parece ser que la metacomunicación es uno de los recursos imprescindibles (Safran y Muran, 2006, a).
Las actitudes terapéuticas propuestas por Rogers (1957) despertaron gran interés en investigaciones posteriores, de esa manera la empatía, la calidez del terapeuta son necesarias ya que facilitan la relación, pero tampoco son las únicas a tener en cuenta.
El nivel de experiencia del psicoterapeuta es otro factor estudiado, constatándose que la relación entre la experiencia y la alianza no resulta significativa, aunque sí lo son las representaciones internas de las relaciones pasadas, con algunos pacientes. En relación a las técnicas empleadas, se encontró que las centradas en el “aquí y ahora” favorece la alianza, por lo cual las habilidades sociales correlacionan positivamente con la alianza.
En relación con el perfil y personalidad del terapeuta se han encontrado grandes contradicciones, por otro lado y en relación al cliente a los que les cuesta establecer relaciones pueden beneficiarse de técnicas específicas y los que conforman una mejor relación se benefician de técnicas más exploratorias.
Para finalizar, los estudios centrados en el paciente y sus variables intrapersonales como motivación, expectativas y actitudes tienen efectos significativos en la alianza. En relación a la severidad de la sintomatología provoca poco efecto en el desarrollo de la misma, ya que sentimientos negativos poco a poco van desapareciendo convirtiendo la relación en más cálida y agradable. El funcionamiento interpersonal del paciente tiene relación con el estilo del terapeuta, llegando incluso a complementarse en variables como la edad, el sexo, etc. (Luborsky, 1994). Los últimos estudios van orientados a estudiar la similitud en los factores étnicos y culturales, resaltando una mayor alianza cuando los valores y dichos factores son congruentes y asociados entre ambos.
Conclusión.
Es indudable la
importancia de la alianza terapéutica en el desarrollo del proceso
psicoterapéutico y en los resultados de la psicoterapia. Esto ha permitido que
la mayoría de las escuelas psicoterapéuticas le hayan prestado atención y hayan
reconocido su importante papel. La
conceptualización de Bordin ha proporcionado un marco de referencia a las
investigaciones señaladas y el desarrollo de sus componentes.
Fuente
Corbella, S. y
Botella, L. (2003). La alianza terapéutica: historia, investigación y
evaluación. Anales de Psicología, 19(2),
205-221.