El concepto de resiliencia en personas mayores por Mayte Vázquez.
1.- LA RESILIENCIA EN LA
LITERATURA CIENTÍFICA
El concepto de resiliencia no es nuevo, aunque su estudio
científico sea reciente, su realidad es antigua. Revisando la literatura
científica intentaremos describir los conceptos que ayudaron a su aparición. En
la década de los 70, Anthony (1982) y cols. estudiaron a niños en entornos de riesgo, el objetivo era
observar el desarrollo del niño antes de que aparecieran patologías, para
“descubrir” en que grado y como moldeaban su vida ante lo riesgos afrontados,
las vulnerabilidades y las inmunidades que aportaban esas situaciones, así como
las defensas, competencias, capacidades y defensas desarrolladas para
sobrevivir psicológicamente. Fue entonces cuando se introdujo el concepto de
vulnerabilidad y los estudios en esta área se han centrado ante todo en el
riesgo que corren algunos niños de desarrollar patologías, pero también el de
la invulnerabilidad, es decir el efecto de no desarrollar trastornos predichos
ante las mismas situaciones de riesgo y de ahí que Anthony (1987) desarrollara
una clasificación de cuatro categorías de personas: las “hiprvulnerables”, las
“pseudovulnerables”, invulnerables y las no vulnerables.
Siguiendo con las situaciones de alto riesgo, un estudio
centrado en la pobreza, de Ruther y colaboradores (1975) con niños negros
residentes en la isla de Wight permitió demostrar que la presencia de un solo
factor de riesgo no aumenta la probabilidad de que aparezca un trastorno
psiquiátrico, pero la presencia de dos factores la multiplica por cuatro. El
segundo campo de investigación, se refiere al
estrés, Fortin y Bigras (2000) recuperan la definición de estrés de Lázarus y
Folman, implicando a la resiliencia en “estrategias de ajuste eficaz” con el
fin de mantener el equilibrio, externo o interno. El tercer dominio es el de los traumas, según Bourguignon (2000),
trauma designa un “acontecimiento interno que trastorna al sujeto con
consecuencias inmediatas”, un trauma puede ser una guerra, un duelo, un
maltrato, un incesto, etc., y la resiliencia juega un papel importante,
partiendo de la no invulnerabilidad absoluta, sino de la inmunidad relativa
ante los sucesos y periodos difíciles de la vida, demostrando una cualidad no
es fija, cambia según el momento y las circunstancias y también según los
traumas y las construcciones psíquicas diferentes que realicemos de ellos,
además de la interacción del medio y entorno social, pro ello Cyrulnik explica
que “la resiliencia es un tejido de punto “tricot” que une lana desarrollable a
otra afectiva y social, subrayando la importancia de la reconstrucción
positiva, no negando el pasado doloroso, pero si superándolo.
Es admirable por tanto, el cambio de perspectiva en estos
últimos años en el estudio de la resiliencia. No solo estudiar las carencias y
debilidades y los medios de compensarlas, sino empezamos a investigar las
fuerzas y como usarlas, no solo examinamos la patología y sus consecuencias,
sino la adaptación adecuada, observando, identificado y usando mejor los
recursos que cuidar.
Por tanto ¿Qué es la
resiliencia?
Aunque no existe una definición consensuada, en psicología
no solo significa resistencia, sino que conlleva un aspecto dinámico que
implica que la persona traumatizada se sobrepone, resiliar no es solo
recuperarse, es ir hacia adelante tras una enfermedad, trauma o un estrés, es
vencer las pruebas y la crisis de la vida, es decir resistirlas primero y superarlas después, en definitiva es la capacidad que permite a una persona, un
grupo o una comunidad impedir, disminuir o superar los efectos nocivos de la
adversidad.
En relación con los mayores la resiliencia es un conjunto de
“procesos sociales e intrapsíquicos y
que se combinan produciendo factores
protectores ante situaciones difíciles; es decir procesos de invulnerabilidad
ante situaciones de riesgo. Nuestro objetivo es determinar esos factores y esas
fortalezas. Pasemos a desarrollarlo con más detenimiento.
Como venimos describiendo, en su mayoría
los estudios sobre este tema se han centrado en población infantil y
adolescente, ya que se plantean dos cuestiones inter-relacionadas: la primera
se refiere a la duración en el tiempo de una conducta resiliente que apareció
pronto en la vida, como se ha comentado con anterioridad, la resiliencia no se
adquiere de una vez para siempre, si es precoz, puede mantenerse y reforzarse
con un aumento de la autoestima, fruto del enfrentamiento y superación de los
traumas, pero también puede modificarse e incluso hundirse debido a un estrés
que supere la capacidad de resiliencia del sujeto, por ello se subrayan la
importancia de los sucesos tardíos con esas capacidades de reacción de la
persona, Lemay (1999) nos habla del precio a pagar, en este sentido, a menudo
se mencionan descompensaciones tardías e inclusos casos de suicidios tras vidas
militantes, en estos casos nos preguntamos ¿Cuál fue el detonante que hizo
fracasar el proyecto de vida y cambiar el sentido de vida?, para ello lo idóneo
es estudiar desde la infancia esa capacidad y seguir su línea de vida con sus
sucesos intercurrentes que puedan aclarar mejor el problema, lo cual es muy
complicado, aún así los estudios están plagados de ejemplos de personas que han
visto reforzada su resiliencia.
La segunda cuestión es más
compleja. Cuando se enfrenta a un trauma grave ¿puede una persona cuya
existencia ha sido un “largo río tranquilo” hasta la edad adulta, y aún
después, encontrar en su interior recursos, para resistir y seguir viviendo y
creciendo en la vida? Esta pregunta, aunque sea decisiva en una época de
longevidad creciente y en que el peso demográfico, económico, social y
sanitario de las personas mayores va en aumento, que sepamos, no ha suscitado
muchos estudios ni interés siquiera.
Los traumas graves no perdonan a
la tercera edad, sea una enfermedad, problemas sociales o una jubilación mal
llevada, el deterioro físico o mental y
la depresión se hacen más frecuentes ¿Cómo se puede ser resiliente en estas
condiciones? Un trabajo suizo muy interesante sobre la experiencia de la
viudez, (Grupo “Sol”, 1992) estudia 32
viudas de clase media, entrevistadas en Ginebra, y los resultados constatan que
una infancia de la que se tienen “buenos recuerdos”, la superación de crisis
-en la adolescencia, a los cuarenta- cierta sociabilidad y, recíprocamente, una
“red sólida de apoyo afectivo” permiten llevar bien la viudez, aunque no se
llene “el vacío de la ausencia”. Los autores convienen en el interés de
prepararse para “envejecer bien” y subrayan la importancia de la cultura, la
apertura de espíritu, la diversificación de actividades desde antes de la
vejez, para romper con la rutina, ser activo, abierto a los demás y preparar una vida con sentido, donde los
factores de protección como los recuerdos de la infancia desarrollan dicha
resiliencia.
No hay recetas, las actividades
de voluntario, las aficiones, ser miembros de asociaciones, comenzar una
actividad novedosa o de ocio: actividades culturales y artísticas, ayudan a
mantener, incluso a desarrollar, las capacidades físicas y mentales de la
persona mayor, ayudando a mantener la utilidad social y por ende la autoestima.
La Fundación Ibsen sobre estudios
realizados, afirman que un proyecto de vida “rico” es aquel que desarrolla
recursos como el interés por los demás,
curiosidad, vida relacional, elección de distracciones, haciendo todo ellos
elementos integrantes del carácter que identifica a la persona mayor resiliente y adaptativa.
En un artículo muy interesante,
“un modelo de resiliencia: los centenarios”, Michel (1998) indica otro factor
protector: la fe religiosa, ya que existe una relación entre la religiosidad y
la salud física o enfermedad, de hecho el sentimiento de que la vida sigue
después de la muerte hace a las personas conscientes de su finitud, cuando se
acercan al final de la vida, de llenarlos de ese “realismo de la esperanza”.
La voluntad de vivir pase lo que
pase viene a culminar ese trabajo de resiliencia en el día a día de las
personas mayores. Sin duda, nadie lo expresó mejor que el gran pediatra Robert
Debré, fallecido a los 96 años, quien al final de su vida decía: “Cada mañana
me obligo a vivir, cada noche me felicito por haber vivido”.